La Lengua y la Mundialización

Esencialmente, lo que diferencia al ser humano de los animales es la lengua, y no me refiero al músculo que nos ayuda a articular sonidos y conformar palabras, sino a la capacidad de pensar con palabras. Somos esencialmente verbales, nos pasamos la vida hablándonos a nosotros mismos. Eso precisamente es lo que nos hace humanos. Al nacer, tenemos alrededor de nosotros a personas que emiten sonidos y que nuestro cerebro va registrando hasta que, por arte de birlibirloque, un buen día, surge de nuestra boca un sonido con forma de palabra. Aprendemos sonidos por imitación, luego asociamos esas palabras sonoras con objetos y luego con conceptos. El mundo lo pensamos con palabras. Igual que aprendemos una lengua, aprendemos el mundo. Nos dicen esto se dice así o no se dice así; esto es la Tierra, esto son los océanos, esto es Asia, esto es China, aquí hablamos chino, esto es Pekín, este eres tú. Con el paso del tiempo, uno se va dando cuenta de que las cosas no son como uno las ha aprendido. Así como la lectura sirve para aumentar el vocabulario—el verbo, la palabra—, así viajar aumenta los puntos de vista. Lengua es cultura, no solo palabras.

Hace años, tuve oportunidad de servir de intérprete a un señor húngaro de cincuenta y tantos años que vino a España para informarse del funcionamiento de las cooperativas. Nos entendíamos en inglés. Recuerdo que el último día de su estancia, mientras almorzábamos, mantuvimos una conversación muy interesante. Al decirle yo cuán curiosa me resultaba la situación de comunicarnos y entendernos en inglés, siendo él húngaro y yo español, me relató una anécdota que le ocurrió cuando era chico y fue a visitar a un amigo de su padre en Budapest. Quedó fascinado al ver que en aquella casa había una biblioteca. El buen amigo paterno, un señor mayor y sabio, lo puso encima de sus rodillas y le dijo: “¿Ves todos esos libros? Eso es el mundo. ¿Ves esa estantería pequeñita de ahí? Esos dos libros son húngaros. Aquella estantería más grande y con más libros contiene libros alemanes, y aquella todavía más grande, son franceses. ¿Ves aquellas tres estanterías? Rusos. Y toda aquella pared, españoles. Y todas aquellas estanterías, ingleses. Y aquellas dos paredes, chinos. Si solo hablas húngaro, esa es la pequeña parte del mundo que conocerás. Cuantas más lenguas hables, mejor conocerás el mundo”.

No creo en el determinismo lingüístico, aunque es obvio que una lengua determina con quién puedes comunicarte. Si hablo vasco, por ejemplo, solo podré comunicarme con alguien que entienda vasco.

Últimamente ocurre un fenómeno extraño. Las distancias físicas cada vez se hacen menos insalvables y aumentan las formas de comunicación y de transmisión de información. Sin duda, el medio por excelencia de transmisión de información es la lengua, la palabra, en definitiva. Su plasmación más vanguardista se encuentra en la Internet. La lengua predominante es la inglesa. Ese predominio es contradictorio. Por una parte, los que vivimos en lo que se ha convenido en llamar Occidente, creemos que el mundo es de una forma. Los que viven en el convenido Oriente o en el denominado Tercer Mundo, ven el mundo de otra forma. Unos se echan la culpa a los otros y toda generalización es imprecisa. Dentro de Occidente también hay muchos y distintos puntos de vista, de igual modo que en Oriente o en el Tercer Mundo. No conviene olvidar tampoco, que el fin eminentemente práctico de una lengua es la comunicación. Si no necesito hablar una lengua extranjera para vivir, solo hablaré la lengua que he aprendido desde pequeño y, probablemente, me interesará más bien poco la cultura de lo extranjero.

Sin embargo, dadas las características de las sociedades que creamos sin darnos cuenta, estamos abocados al contacto con lenguas extranjeras, por consiguiente con culturas de otra índole que serán más o menos afines en función de la proximidad geográfica y de los vínculos históricos o políticos. Quien no entienda esto y se adapte, se verá inmerso en un conflicto personal y social. La mundialización es imparable a menos que se produzca un retroceso en el desarrollo de la humanidad.

No digo que esta mundialización dependa solo del conocimiento de otras lenguas, aunque si queremos entendernos, tendremos que utilizar irremediablemente palabras. La lengua que se verá más afectada por este proceso es la inglesa, que la habla desde un inglés, pasando por un estadounidense, hasta un chino, un árabe, un japonés o un español… Habrá lenguas que desaparezcan, probablemente las minoritarias y que no tengan un fin práctico (comercial o de intercambio). Seguramente, surgirá una nueva lengua fruto del “entendimiento” y el contacto entre las distintas culturas mundiales. Y digo bien al hablar de “entendimiento”, porque la gran paradoja a la que nos enfrentamos es la de comprobar que con mejores medios de transmisión de información, el disentimiento parece ser mayor. Cuanta más información, menor comunicación.

Dentro de unos 20 años, la población más joven estará concentrada en los países africanos, asiáticos y en el continente americano. Europa, el Mundo Occidental, dependerá de esa población joven.

La lengua es cultura. Comunicar cultura es una tarea ardua, porque la lengua y la cultura son asuntos poco valorados en la práctica de los sistemas educativos de los países supuestamente ricos así como en el mundo de las empresas, donde se prefiere una formación más técnica que humanista. Algún día habrá que empezar a leer esa abrumadora biblioteca mundial. Las empresas transnacionales deberán ser las primeras que tomen este asunto en consideración si quieren prosperar. A los gobiernos, les corresponde la iniciativa política; a los seres humanos, nos toca entendernos.

 Michael Thallium

mthallium@telefonica.net

  

 

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